Inciertamente
uno supera cosas de un momento parta el otro.
Cual
tormenta a veleta de ciudad costera, nos enloquece la
impredecibilidad de nuestros actos.
El
uso de 10% del cerebro no se comprende.
¿Cómo
algo que hasta hace dos segundos agobiaba, es ahora un lago en el
desierto?
La
esperanza de cambio se vuelve poderosa al darse uno cuenta de que no
es algo imposible el progreso anímico.
Ideales
de felicidad inmediata, nebulosas de lágrimas alegres.
Incertidumbre.
Un
crecimiento en el gráfico de las suertes con relación al tiempo
optimiza.
La
vitalidad crece con la finalidad de recuperarnos de toscos golpes
anímicos.
La
belleza cándida de un fuego en el fondo del rojo aparato pelea por
aparecer.
Rasgos
de humanidad retornan, buscando imponerse.
La
tiránica dictadura del asentimentalismo cae de a poco.... Invierno
vestido de ocaso.
Nuevamente
razonamos fuera del recipiente, encontrándonos ciegos, mudos y
sordos. Ahí comienza el cambio; las banderas imaginarias con las dos
tibias desaparecen (de la imaginación). Los sueños de realidad son
mas profundos, dormimos eternamente sueños acolchonados y
apelmazados que no nos dejan ver mas allá.
En
el mercado se cotiza muy caro un sueño de libertad. Vale su peso en
sangre.
Ahora
es el momento. “Hoy es siempre todavía” dijo Machado.
Hay
que hacer despertar al falso controlador, que lleva ya una añada de
cruda hibernación. Hacer crecer la autoestima, el optimismo pero sin
descuidar la humildad.
Fue
un invierno duro para los corazones tibios. Fue una buena racha para
los gladiadores de los antros, los alcohólicos olvidados, los
guerreros de almas rotas.
Estando
de regreso aún sin nunca haber ido. Buscando un cielo entre
montañas, con ese sol resplandeciente de los cuentos de hadas.
El
niño despierta, se frota los ojos. La luz le daña... Demasiado
tiempo en la oscuridad. Se despereza, se levanta. Se viste con los
harapos a los que se vio obligado a vestir. Sin embargo el sonríe,
pues de algún lado proviene ese haz de luz.
Se
acerca tambaleando hacia la puerta entreabierta. No recordaba casi ya
como caminar. Un pequeño empujón abre lo suficiente la puerta como
para poder pasar, pero aun ciego del brillo, no consigue ver que hay
en el exterior.
En
fin, ¿Qué importa?... Ya lleva mucho tiempo encerrado en esa
pequeña habitación a oscuras.
¿Será
el fin?... ¿La muerte quizás?
La
visión comienza a aclararse y de a poco distingue formas. Muchas
formas.
Distinguidos
señores, sirvientes de ocasión, lo lavan, lo visten y lo adornan.
Lo
ultimo que siente antes de recuperar completamente la vista, es el
peso de algo en su cabeza. Es una corona.
“¡El
Rey ha vuelto!” grita uno de las figuras, ahora transformado en
hombre gracias a el regreso de su visión.
“¡Que
viva el Rey!” Mil gargantas enardecida claman de felicidad.
Comienza
un nuevo imperio. La idea de felicidad es como la visión del niño.
MdO.